martes, 17 de enero de 2012

Museos…

Esos lugares en donde me enseñaron a estar callada, a leer la plaquita cuando no supiese de quien era la obra, el arte…

El primer museo, algo que no es fácil (para mi olvidarlo), contémoslo así: muchacha oriunda de Barquisimeto, criada en Puerto La Cruz va pa los iunaites de vacaciones, sorpresivamente su tía decide que sus vacaciones serán más cultura que diversión infantil, porque la niña ya no es una infante. La locación Washintong D.C. el primer Museo: El de ciencias con un elefante gigante a la entrada, colección de esmeraldas, una parte de Egipto, más piedras preciosas, y muchas cosas más, a la ya no tan niña le gustó la cosa y preguntó si había más, lo que vino el resto del mes fue el libro de historia del arte gringo de polo a polo.

Ya en Caracas, ansiosa de diversión, me llevaron al Museo de los niños, vestida de un modo tan incómodo que no pude hacer nada más allá de el papelito reciclado o artesanal, obviamente con la advertencia de “mosca y te ensucias”, a quien se le ocurre en su sano juicio llevarlo a uno al epicentro de la diversión vestida como para una piñata en La Esmeralda y de paso controlar el factor sucio!!! Así no se puede!!!. Bahh después me llevaron toda sport y si me gocé la cosa.

Y así pase también por los museos de Caracas, me gustaban tanto que cuando me vine a vivir a la capital iba mucho a ellos.

Hay algo de las galerías de arte o museos de arte, siempre pensé que hacían falta banquitos para uno poderse quedar horas viendo el cuadro que le gustaba y aprovechar de descansar un rato, esta sensación se ha repetido tres veces en mi vida, de un modo intenso, la primera en Roma, me perdí en la ciudad y fui a tener al Museo de Arte Moderno (un hit que la modernidad de los romanos llegue hasta Rodin y que yo llegue después de unas 3 horas caminando con un mapita en la mano sin saber donde estaba igual). Caminando impresionada, pase horas caminando, en serio 4 horas caminando es mucho tiempo – más las 3 de la perdida-, ya casi al final ahí estaban… El jardinero y el retrato que le hizo que le hizo a su madre. Cada pincelada se notaba, para mí una sensación indescriptible, el problema era mi cansancio, ya eran las 4 de la tarde y mis piernas no daban más, casi me siento en el piso para poder mirarlos por más tiempo.

Luego en una visita mega flash a Madrid tenía (es una obligación) que ir a ver las Meninas de Velásquez, la maja desnuda y la vestida de Goya (ni modo están una al lado de la otra) y Guernica de Picasso, chévere el cuento hasta que estas con ya horas caminando en la ciudad y apurada para ver una, almorzar y ver la otra (están en dos museos distintos que se merecen horas y hasta días cada uno), gracias a Dios mi esposo tiene una paciencia increíble conmigo y me dejó instalarme, a pesar del hambre, una media hora con Las Meninas (no sé por qué rayos es mi cuadro favorito desde pequeña y hasta tengo una réplica chiquita en mi cuarto desde que era pequeña).

En fin, insisto, los museos o galerías de arte deberían tener sillas o bancos para uno instalarse y disfrutar y sobre todo DESCANSAR.

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