jueves, 26 de agosto de 2010

Cuentos de la Habana, Parte 1

Opiniones diversas se pueden escuchar de la Revolución Bolivariana, para unos se basa en asuntos positivos y para otro tanto en negativos, yo estoy claramente en el segundo bando del corte de opinión existente.
Estas líneas están dedicadas a historias que me han contado, no a mis opiniones personales de si estamos mejor o peor.
La primera historia es de mi suegra, la Señora Margarita Madrid, estando muy joven se enamoró de un cubano, se casó y tuvieron dos hijos. Un día su suegra les contó que un joven de ideales revolucionarios llamado Fidel había llegado al poder, contando con todo el cariño del pueblo, por su visión moral, económica y social del país, entonces Cuba era una tierra de oportunidades. Hicieron las maletas, se mudaron a la isla, compraron su casa y montaron una fábrica de zapatos en la Habana, todo iba muy bien hasta que ese joven sintió seguridad del poder y declaró su régimen, un primero de mayo, como comunista. Empezaron los aires revolucionarios y se complicaron las cosas, la comida ya no abundaba, el dinero dejó de existir. Una noche, gracias a las declaraciones que dió, empezaron a prender los habanos con los billetes.
Por esos días, en una noche tropical, cerca de la estación de radio CMQ, fueron al Canódromo, entraron bien vestidas como se debía, de pronto escucharon el himno nacional de Venezuela, lo que les causó mucha emoción, emoción que se triplicó al darse cuenta que las notas sonaban en honor a Alfredo Sadel que hacía su entrada para visitar el lugar. En las guaguas al llegar a la CMQ se anunciaba que habían llegado a la esquina Alfredo Sadel, definitivamente era un ídolo disfrutado y que vivía las emociones que la isla aún ofrecía.
El asunto con la comida pasó de tener muchos abastos con todo tipo de productos a no encontrar ni arroz en los anaqueles, había que comprar harina de maíz para hacer mezclotes, picarlos en trozos y dárselos a los niños, el lechero de puerta a puerta empezó a dejar 2 litros en vez de 5, por haberse girado esa orden, “caserita no puedo hacer nada fue una orden” fue la respuesta que recibió al reclamar. En fin un racionamiento forzoso sin tarjeta. Una noche, entre las 12 y la 1 de la mañana, sintió golpes en la ventana, atendió, el vecino anunció que tenía una pata de puerco y que la cambiaba por un poco de esa plata que ya no valía nada, pero que aún se manejaba en la calle.
Pasaban los días y se escuchaban las historias de presos, de fusilados y del inicio de un terror que no terminaba. Fueron al cine a ver un documental, informativo o amedrentador, pero todos lo vieron, queda para el recuerdo un militar de un grado grande que pidió que le dejaran la cara descubierta mientras lo fusilaban en el paredón junto a muchos otros.
Las Cuevas de Bellamar en Matanzas, es uno de los recuerdos más gratos, un viaje familiar fuera de la Habana, los niños vueltos locos en la típica camioneta ranchera de la época, un 25 de diciembre llegaron y empezaron a bajar las escalinatas alumbradas hasta la primera parada donde les apagaron las luces y no se veían ni sus propias narices. Todo un espectáculo natural que junto a la oscuridad dio pie a muchas bromas y risas familiares.
Un día una vecina, la viuda de Huber Matos (comandante de la 9na columna de la revolución y otrora compañero de armas de Fidel que se tornó en contra por el giro comunista), le aconsejó que saliera lo antes posible porque Cuba y Venezuela iban a romper relaciones pronto.
Hicieron las diligencias para salir, el esposo tuvo que hacer un documento cediendo la patria potestad de sus dos hijos; una tarde la vecina de la acera del frente le toca la puerta preguntando si ella era la señora Margarita y si podía ir a su casa, le dijo que la estaban llamando por teléfono. Le dijeron: en 74 horas tiene salida usted y los niños para Venezuela. Solo habían pasado 6 meses de la nefasta declaración comunista.
Ya en el aeropuerto le pidieron ir a una oficina, le revisan los papeles y un militar anuncia exasperado “coño de la madre esta no es”. Ya con los nervios a más no poder, dos maletas y dos niños esperó la salida. El no tener fotos de sus hijos pequeños hasta hoy sigue doliendo.
De Caracas a Jamaica para intentar ir a Cuba de nuevo y regresar con su marido, un cubano de la agencia de viajes en Jamaica se puso receloso y le invitó un café, le revisó el pasaporte y vio el sello distinto a todos los demás, un triangulo rojo que significaba que ya no podría entrar a Cuba nunca más.
Él intentó salir y termino 4 años preso, nunca más se volvieron a encontrar. Historia de amor y progreso perdida en la revolución.