Una vez una amiga, de esas que se guardan en el corazón para siempre
pero que los caminos elegidos separan de la cotidianidad, me comentó que
lo más fuerte de su divorcio (pasó cerca de 20 años casada) había sido
recuperar su identidad.
Mayor que yo y de paso criada a la
antigua al casarse se convirtio en "de ....." así que desde la cédula
hasta la mínima papeleta legal que obtuvo en 20 años salió con el "de
..." incluyendo el título de su maestría.
Al decidir divorciarse
lo primero que se preguntó era como la iban a reconocer al quitarse el
apellido del que sería su ex-esposo. Las batallas legales que le
esperarían con el Ministerio de educación etc etc para no tener que
presentar la sentencia de divorcio hasta para pedir unas copias
certificadas de sus notas en la universidad.
Empezó por el
facebook y ahí fue donde sufrio la mayor de las batallas, todo el mundo
preguntaba, abiertamente incluso. Después de muchas preguntas decidió
escribir esto: "me casé para toda la vida y resultó que toda la vida son
20 años", no se si eso paró el interrogatorio pero si me di cuenta que
redujo la cantidad de "amigos" notablemente.
Hoy la recordé porque
una compañera se está divorciando después de casi 30 años de matrimonio
y comentó hoy en el almuerzo "que increible que el toda la vida fueron
30 años", a lo que otro le contestó el famoso "toda la vida es mucho
tiempo" y una tercera agregó que los matrimonios deberían venir como los
contratos de alquiler: con fecha de terminación anunciada si una de las
partes no quiere seguir con el convenio. De ahí a los siguientes 45
minutos todo fue conversaciones, si se quieren jocosas, de los divorcios
de los que estaban en la mesa.
Todo un banquete (al mejor estilo
de "El Banquete" de Platón) en donde las conclusiones que pude obtener
es que cada uno de los divorcios de mis compañeros de trabajo llegaron a
la puerta por aburrimiento; se vieron ellos sometidos a rutinas que los
hundieron en el olvido de lo que debe ser una relación amena y lo más
variante o divertida posible, se olvidaron de ser esposos por ser
padres, se olvidaron que el matrimonio es una sociedad en donde cada
socio debe poner el 50% y no el 100%, se fastidiaron tanto de la otra
persona que decidieron separarse a pesar de su fiel promesa "para toda
la vida".
Todo lo anterior me dejó claro que si los casados no
nos inventamos las mil y una para hacer de nuestras vidas algo que
mezcle la rutina impuesta por las responsabilidades con cosas divertidas
terminaremos exactamente igual: en un banquete celebrando que el amor
existe a pesar del aburrimiento que concluye en el desamor.